Juan Gabriel murió y los recuerdos de la melalcoholia siempre reservados, guardados para llevárselos a la tumba emergen, cuando muchos adoloridos o cualquier solitario en el desamor le llegaba aquella de “ Yo no nací para amar, nadie nació para mí, nunca mis sueños se hicieron realidad” o la rudeza consuetudinaria de las temporadas en el infierno para chacotear y cantar “no tengo dinero ni nada que dar, lo único que tengo es amor para dar, si tú así me quieres lo puedes tener, pero si no puedes ni modo que hacer” o cuando vives la temporada con antidepresivos en la Nación Prozac “Todas las mañanas entra por mi ventana el señor sol, doy gracias a dios por un día más ahahaahah” y ¡Arriba Juárez!.
Pasando al anecdotario: Juanga, siempre fuera de serie. Doña Francisca estaba ahí en primera fila del Auditorio Nacional, cuando el Divo de Juárez después de cantar la última melodía; “el Noa Noa” y se puso al centro del escenario y se inclinó hacia la madrecita en medio del butaquerio de la primera fila, el cantante con la rodilla en el suelo extendió su diestra y le obsequió una linda rosa roja, le hablan señora, inquietas le decían las personas a su lado a Pachita quien recuerda; “me sentí pequeña pero emocionada, en aquel lugar tan lleno de gente, que aplaudía gritaban. Yo mandaba besos a Juan Gabriel”, quien le entrego la rosa roja para decirle: “ Con todo mi amor” a lo que recibió ¡Que Dios te bendiga y te conserve por siempre hijito!.
Aquella noche del 2004, recuerda quien conserva la flor en un libro, dijo a propósito de su fallecimiento ¡Qué Dios lo tenga en el cielo por sus buenas obras! que lo haya recibido en un buen momento y lo tenga en sus brazos, al que por nombre bautizaron en vida como Alberto Aguilera Valadez.
Juanga, siempre desenfadado por sus preferencias sexuales, quien trascendería por sus canciones en un país machista, un gay que le dio vuelta a la realidad y que hasta los más bragaditos, ya con medio estoque lloriquieaban por la prenda amada, y cantaron sus canciones hasta rockers, como olvidar el tema de “Querida” a ritmo de ska punk, o la de “Abrazame muy fuerte” donde se mojaban los mozalbetes nomás de rozarse los cuerpos con la trompeta del Sax; o la de Los Jaguares “pero no me dejes nunca, nunca nunca te lo pido por favor”, y sus intérpretes que hicieron historia como Rocío Durcal, Isabel Pantoja y párenle de contar.
Juanga quien de acuerdo a la colega del Reforma, Yadira Cruz, hasta les estaba haciendo un paro martillo a los paisanos que viven allá en la frontera y sufren la verborrea racista de un prominente republicano, Juanga con su gira postrera que se tituló: ”México lo es todo”. Iba a recorrer diecisiete ciudades. En los coléricos tiempos de Trump ese acto patriótico, esa hazaña final, valiente y malograda, es el broche de oro a la carrera de un ídolo entrañable. Y fue su mayor lección a un México que se ha dejado llevar por odios ideológicos ajenos a su esencia y parece haber olvidado el amor al hogar común, a la patria”.
Juanga que ya en la del estribo, de corbata se llevó al desempleo fuera de TV UNAM al “clasista” Nicolás Alvarado, intelectual de pacotilla, quien fufurufo malaleche abrió el hocico para discriminar y vilipendiar a Juanga, quien contra el oscurantismo religioso-mocho hizo vibrar, cantar y menear los puntos G y pulsar los sentidos de no pocas generaciones hetero y homo con sus melodías de amor, desamor, chacoteo; que lo llevaron de despedida hasta el marmóreo Palacio de Bellas Artes, donde le dieron el último adiós a sus cenizas, miles de fans que lo recordaran en su cora-cora-corazoncito. ¡HASTA SIEMPRE AL VERDADERO GRAN CANTAUTOR, JUAN GABRIEL!